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VITAE Academia Biomédica Digital
Centro de Análisis de Imágenes Biomédicas Computarizadas-CAIBC0
ISSN: 1317-987x
Num. 25, 2005

VITAE Academia Biomédica Digital, Número 25, Octubre - Diciembre 2005

Dificultades en el Narcisismo y su expresión en el cuerpo - Un caso clínico

Sodely Páez D.

Psicoanalista. Miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas, IPA y FEPAL. Trabajo presentado en las Jornadas Anuales de Niños y Adolescentes de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas Noviembre, 2001

Fecha de Recepción 15 julio - Fecha de aceptación 15 septiembre

Code Number: va05021

Resumen

En el presente caso, intentaré mostrar cómo las alteraciones en el vínculo con la madre, como primer objeto de amor, ocasionaron dificultades en la discriminación yo – no yo, así como en la triangulación edípica de Alicia, una niña de 5 años.

Introducción

La existencia del yo es imposible sin un otro. Un otro para el auxilio biológico, para el sostén emocional, para la nominación y la significación de una experiencia que forma parte de un proceso de narcisización que culmina en la constitución, consolidación y representación simbólica del sí mismo.

Diversos psicoanalistas se han dedicado a investigar sobre el tema del desarrollo emocional primitivo, la vida psíquica del bebé, los primeros intercambios madre e hijo y los efectos que, alteraciones ocurridas en estadios tan tempranos, pueden tener lugar en la vida adulta del sujeto.

En tal sentido, son conocidos los aportes de Winnicot (1963) quien asegura que una inadecuada lectura de las necesidades del bebé por parte de la madre, facilita el desarrollo de un falso self.

Igualmente, Mahler (1975) quien al describir el proceso de individuación y separación, subraya la importancia de la fase de simbiosis y el rol de la madre en la solución y superación de esta etapa. Por su parte, Aulagnier (1978), asegura que es a partir de lo que ella denomina el “portavoz” como yo externo, que la vida psíquica se hace posible.

Lacan (1949) introduce el concepto del “estadio del espejo” para ilustrar el valor estructurante que tiene el otro y su mirada, es decir su deseo, en la constitución del yo.

No es el propósito del presente trabajo hacer una exposición exhaustiva de la totalidad de las teorías existentes en torno al tema del narcisismo. Sólo pretendo resaltar la importancia que hasta hoy tiene para nosotros el estudio de estos fenómenos que se entrometen en la clínica y que continuamente interfieren y a veces hasta obstruyen el trabajo analítico y su alcance.

La Llegada

“Tengo miedo de que vaya a ser lesbiana”, dice el padre de Alicia en la primera entrevista, dejando entrever tanto su angustia respecto al destino sexual de su hija, como cierto matiz de debilidad e inseguridad respecto a su rol y función en el guión que ya está escribiendo para ella.

“El la ve dañada, sin remedio. No se da cuenta de que está chiquita y que si está muy pegada a mí es porque él nunca está”, acota luego la madre en una suerte de explicación en medio de negaciones, racionalizaciones y proyecciones.

La única que no se ve, ni se escucha entre estos alegatos es Alicia. ¿Cuál será su lugar?, ¿lo tiene?, ¿cuál su voz? me pregunto en mi silencio de analista. ¿Cuál será el trabajo que podremos realizar una Alicia que no está y una analista que aún no es la suya? En otras palabras, todas estas inquietudes se asomaban a partir de un elemento común: la ausencia, la alusión al hueco, a la falta, a la herida.

Asma infantil con crisis mensuales desde los 8 meses de nacida; estreñimiento importante, “causado” por megacolon diagnosticado al año de edad y tratamiento basado en laxantes y enemas aplicados por la madre; cefaleas, gripes, alergias, miedos diversos (a dormir, a estar sola, a ser atracada y secuestrada); tal es el cuadro poli sintomático descrito por los padres en las primeras entrevistas. La gravedad aparente del mismo, sumado a la acción de una intensa identificación proyectiva, me llevó a interrogarme y desconfiar de la eficacia del análisis en el tratamiento de un cuadro psicopatológico de tal daño y severidad. ¿Podría yo hacer algo? ¿habría algún remedio?

La Necesidad de Tratamiento

Logré sobreponerme y decidí atender a Alicia, quien ante la dificultad para separarse de la madre entró con ésta a la que fue su primera hora de juego diagnóstico, señalando así el curso y estilo de las siguientes sesiones terapéuticas: madre e hija dentro de la sesión. La aceptación de estas condiciones de trabajo, la comprensión de la dependencia al objeto materno y mi tolerancia a la misma, me permitió el acceso y el conocimiento de las fallas, estructurales y dinámicas, en la relación dual con la madre: madre dentro de la hija, hija dentro de la madre. Desde el punto de vista técnico y clínico, la presencia de ambas en las sesiones fue progresivamente ampliando y cambiando la percepción del conflicto; ya no era sólo Alicia la paciente, también el vínculo era ahora, el objeto de estudio y atención.

Las angustias de separación de Alicia se inscribían en una problemática derivada de conflictos tempranos en su desarrollo psíquico-emocional, con una participación activa de dificultades narcisistas en la madre que obstaculizaban la entrada del tercero y fomentaban una modalidad de vinculación especular, con poca salida a la individuación y a la discriminación yo y objeto.

Las sesiones transcurrían en una suerte de deleite y embeleso en esta díada que celebraba con idílico entusiasmo cuanta cosa dijera o hiciera una o la otra, excluyéndome por completo de su mirada, palabra o acción y haciendo oídos sordos a cualquiera de mis intervenciones.

Conociéndonos

Los primeros dibujos y juegos de Alicia muestran el excesivo apego y la marcada erotización que se jugaba en la relación con la madre. Sus dibujos consistían, primordialmente, en manchones de colores entremezclados, bolas de plastilina aplastadas en el papel y luego pintorreteadas con témpera, trozos de materiales usados siempre sin orden, propósito o definición, cuyo denominador común eran el empegostamiento y la confusión.

Con escaso intercambio verbal y en contacto físico con la madre casi permanentemente, los juegos de Alicia giraban en torno a simular espejos, copiar movimientos de la madre y jugar al “papá y la mamá”, juego en el que actuaba el papel de un marido enamoradísimo y sometidísimo a la mujer, desplegando y poniendo en acto, mediante la fantasía, sus deseos eróticos hacia la madre “para tener hijitos”. La madre, imperturbable, seguía en su juego desempeñando el rol de una mujer potente y dominante, reaccionando divertida a las aproximaciones eróticas de Alicia.

Esta madre introyectada como un objeto omnipotente, fálico, era todo cuanto debía ser. No cabía en Alicia el espacio psíquico para la construcción de una identificación según el modelo de “ser como la madre”, reconociendo la distancia entre el yo y el objeto en términos de ideal del yo. Se trataba, por el contrario de “ser la madre”. En uno de sus dibujos dice “la tortuguita chiquita es la misma grande”, revelando con esta afirmación sus fantasías de fusión y su percepción aun no discriminada del sí mismo del de los objetos.

El trato poco diferenciado y de escasos límites dispensado por la madre, quien pretendía adivinar sus sentimientos, necesidades y deseos antes incluso de que estos fueran formulados, alentaba su fantasía fusional y perpetuaba la indiferenciación.

Esta misma madre que actuaba bajo el deseo de abolir o evitar cualquier indicio o síntoma de malestar en la hija, al mismo tiempo desestimaba e ignoraba las necesidades emocionales propias y exclusivas de Alicia, a quien, en muchas oportunidades, exigía respuestas y conductas que estaban lejos y por encima de sus posibilidades reales.

El padre se fue convirtiendo en una presencia cada vez más desdibujada. Entre su frustración y sus propias y reconocidas limitaciones en el ejercicio de su función como padre, como portador de la ley simbólica, fue abandonando todo intento de participación.

Alicia encontró en sus síntomas una vía para expresar y denunciar su dolor. Aprendió un lenguaje de órgano que daba cuenta, aunque “ahogada y retenidamente”, de su sufrimiento psíquico.

Las heces representaban más el producto de su ira y su odio hacia la madre, “las balas” que dirigía contra ella, que un regalo o el equivalente simbólico del hijo deseado del padre. El estreñimiento fue el modo como entonces consiguió proteger a la madre de su sadismo, invirtiéndolo y desviándolo en ultima instancia contra sí misma.

Entre el miedo a la posible retaliación materna y la culpa por el daño ocasionado a ésta, Alicia encontró en la psicosomatosis un modo paradójico de sobrevivencia. Las dificultades maternas en la función “reverie” abonaron el camino para ello.

Llegó a mi consulta con un yo debilitado y un sentimiento de minusvalía y precariedad que la hacía sumamente frágil y vulnerable a todo cambio, susceptible a toda crítica. Tal y como la veía el padre, ella también se sentía dañada: “todo por dentro está malo, nada sirve”, decía refiriéndose al interior de los juguetes empleados en los juegos, rompiéndolos y tirándolos al suelo sin importarle luego su paradero y condición.

Aprendió no solo a expresarse mediante el cuerpo, sino también a negarse, a “ahogar” con el asma todo contacto e identificación de aspectos dolorosos e intolerables, bien por su intensidad o bien por su naturaleza contraria a los designios superyoicos.

La Evolución

El encuadre, mi constancia como figura concreta y con voz propia, quizás mi genuino interés en ayudar a Alicia y penetrar la díada madre-hija, junto con las movilizaciones que se fueron dando en cada personaje, fueron paulatinamente abriéndome camino y permitiéndome la entrada, hasta hacerme cada vez más visible y audible para ambas. Al año de tratamiento ya la madre había salido de las sesiones y había iniciado, aceptando mi sugerencia, un proceso terapéutico individual.

Para esa fecha, los síntomas somáticos de Alicia habían desaparecido en su mayoría y el trabajo terapéutico prosiguió en medio de lo que yo denominaba un “campo minado”, físico y mental, en la vía hacia la elaboración de ansiedades narcisísticas y edípicas, la consolidación de un yo más cohesionado y discriminado, la construcción de un espacio mental para la simbolización, y la ampliación de relaciones objetales menos parciales.

En esta segunda etapa se desplegó en el ámbito transferencial la modalidad de vinculación descrita con relación a sus objetos originales, pudiéndose así trabajar estos aspectos en el aquí y ahora de la situación analítica. Sin embargo, su paso del preescolar al nivel básico agregó una nueva dosis de exigencia externa ante la cual Alicia comenzó a fracasar una y otra vez: su rendimiento académico decayó de manera notoria, su comportamiento social se fue estrechando y su recién ganada autoestima se fue debilitando. Mediante evaluaciones escolares y psicológicas, un nuevo diagnóstico recayó sobre Alicia: déficit de atención, el cual resultó incomprensible e inmanejable en un principio por los padres, quienes, frente a este diagnóstico, desarrollaron altos niveles de angustia.

Comenzó otro período de exámenes, evaluaciones, tratamientos psicopedagógicos y neurológicos que hicieron revivir en todos las aun no resueltas fantasías de daño y destrucción.

Habla de nuevo el padre: “¿se trata de un déficit intelectual? ¿es retardada?”. La madre corrige: “Es lenta, pero inteligente. Habrá que cambiarla de colegio, pero no a uno de mongólicos”.

Entretanto, Alicia descubría un camino más idóneo para la tramitación de sus angustias: el juego y la fantasía. Inició un juego de pacientes y doctores donde los roles se alternaban constantemente. Alimentaba bebés enfermos, castigaba duramente a “bebés malos” y comenzó a verbalizar su rechazo a la maternidad y todo lo relacionado con ella: “nunca me voy a casar, no voy a tener hijos, los hijos son malos, hacen daño, rompen por dentro… cuando sea grande me cortaré las tetas y me haré un pipí enorme con ellas. Voy a ser varón”.

¿Estaría la fantasía de daño referida a su ser mujer? ¿Estaría dañada su identificación con la madre?, o quizá ¿la posibilidad de fantasear el deseo del padre?

Los Cambios

La temática central de estos juegos se mantuvo durante largo tiempo en el tratamiento. En su casa comenzó, a jugar a solas inventando personajes y diálogos que resultaban absolutamente incomprensibles para el padre, quien entonces había comenzado a preocuparse ante la presencia de un posible autismo en su hija. Sin embargo, en medio de este enjambre Alicia pudo utilizar sus renovados recursos para mantenerse estable y confiada. Asumió el cambio de colegio con criterio de realidad y su éxito académico posterior le devolvió la seguridad perdida.

Ahora el juego adquirió un tono hipomaniaco que fue aprovechado para su restablecimiento narcisista: fiestas organizadas exitosamente por ella, shows donde siempre era la estrella y yo parte de un público totalmente arrobado que no dejaba de aplaudirle, test donde siempre representaba a mujeres poderosas, con mucha belleza, mucho dinero y muchos hijos. ¿Esposos? ¿Padres? Accesorios escasamente mencionados.

En estos juegos yo era ubicada en el lugar de la carencia, la pobreza y el fracaso. Mi nombre, hasta el último día del tratamiento (duró 5 años) fue el de “Chinchón” ¿chicle-chinche-chichón? Niña depositaria de lo peor de sí, era la excluida, la fracasada, la pobre, mala estudiante, bruta, sin amigas, fea, etc.… Este juego facilitó el trabajo de sus aspectos disociados y proyectados, así como su percepción e identificación con las figuras masculinas y femeninas. Empezó a jugar con embarazos: nacía de mí, yo de ella, simulaba partos al principio muy dolorosos con hijos que nacían muertos o defectuosos. Para entonces, parecían hijos procreados sólo por ella, que no ameritaban la participación del hombre-padre. La lenta, pero inevitable incorporación de éste, la ayudó a tener hijos sanos y felices más tarde.

Después de 4 años de tratamiento, con cambios manifiestos en todos y habiendo quedado demostrada su capacidad de síntesis yoica, nos planteamos el fin del tratamiento, pero una regresión inesperada en Alicia hizo que éste fuera postergado un año más.

Sufrió una crisis de asma (que había desaparecido al poco tiempo de comenzada la terapia), empezó a manifestar temores a ciertas situaciones y objetos específicos, adoptó una conducta infantil consistente en chuparse el dedo, hacer pataletas a la madre y apegarse en extremo a ella.

Recordé entonces el planteamiento de Klein según el cual la terminación de un análisis reactiva ansiedades tempranas de separación que equivalen a la experiencia de destete. Según la autora, ansiedades esquizo-paranoides y depresivas se ponen de manifiesto, por lo tanto es de absoluta necesidad poderlas considerar y resolver hasta lograr el análisis de las primeras experiencias de duelo.

La etapa subsiguiente se basó principalmente en esto último, para ello y dadas las condiciones del momento, el trabajo incluyó nuevamente a la madre en un primer momento, hasta lograr después de su salida un “destete” más lento y una separación mas digerible (disminución progresiva de las sesiones hasta su terminación, con un trabajo sistemático de la idealización que incluía la recolección e interpretación de la transferencia negativa).

Noto, en la síntesis y escritura del caso, un descuido, hasta ahora inconsciente de mi parte, de la figura paterna, el cual pretendo subsanar señalando la importancia que para la evolución del mismo tuvo el cambio operado en éste, cambio mas interno que externo (debo agregar), producto de su propio análisis personal.

Alicia seguirá viviendo dentro de su mismo entorno, desarrollándose dentro de sus posibilidades, pero confío que su aventura por el análisis haya dejado una huella y un marco que la ayude a reconocerse cada vez más.

Su análisis no termina aquí, pero por el momento y por el fortalecimiento de su autonomía hemos decidido separarnos.

La Despedida

En una de sus últimas sesiones dramatizando juegos de viajes y matrimonios Alicia dice:

P- ¿Sabes que me caso?
A- ¡No! ¿Y eso?
P- Bueno, tengo 30 años, buena edad para casarme ¿no?, pero no te invité porque se me acabaron las invitaciones y bueno, la fiesta es mañana. Todo está bellísimo, mi traje me lo traen de Nueva York; van como 2000 personas y he estado tan ocupada que no me acordé de ti.
A- Claro, nuevamente yo me quedo fuera, sin nada y tú con todo lo bueno y bello.
P- Bueno, imagínate, que mi esposo es el príncipe de China, pero como yo no hablo chino me voy a ir a Paris para aprender otro idioma, el chino no me gusta, no lo entiendo, así que mi esposo y yo nos hablaremos en francés, porque él tampoco entiende el español. Mi mamá no quiere que me vaya tan lejos a vivir, así que me quedaré viviendo en Francia y mi esposo en China, por su trabajo. Yo estoy demasiadamente" contenta, veré así a mi esposo y a mi mamá, porque si me voy a China… ¡China es muy lejos!
A- Creo que ya tienes demasiada mente como para aprender un nuevo idioma, tuyo, para hacerte entender y elegir a donde ir, lejos y cerca de tu mamá.
P-
¿Tu hablas francés?, Mi mamá va a aprenderlo también, así todos podemos entendernos.

Referencias
  1. Aulagnier, P (1978) “Los destinos del placer” Barcelona. Pretil 1980.
  2. Mahler, M. y otros (1975) “El nacimiento Psicológico del infante humano”. Buenos Aires. Kargieman 1982.
  3. Lacan, J (1949) “Lectura estructuralista de Freud”. México siglo XXI 1971.
  4. Winnicott, D (1963) “El proceso de maduración en el niño”. Barcelona, Laia 1979.

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