Dos muy recientes publicaciones sobre epidemiología e inmunoterapia
de leishmaniasis cutánea en nuestro continente, arrojan luces sobre
vigilante atención para con esta dolencia: de un lado, Filho-Brandão et
al (2003), en Pernambuco, Brasil, copan con las más avanzadas herramientas
de investigación etiológica y diagnóstico molecular, el
estudio de 460 pequeños mamíferos trampeados en ambiente selvático
y en plantaciones rurales de un municipio, endémico, para detectar kDNA
o rDNA de Leishmania, particularmente del subgénero Viannia,
tras descartar genoma de Endotrypanum , con positividad con la PCR en
17,6 % (N= 81) de animales examinados, principalmente Nectomys squamipes y Bolomys
lasiurus, que integraron el 56% de 8 especies de roedores examinados y
positividad, además, en 7 de 54 (13 %) marsupiales estudiados.
De otro lado, Convit et al. (2003), en una evaluación sobre
inmunoterapia anti-leishmaniásica practicada en 5.341 pacientes de tres áreas distantes de Venezuela, han inducido respuesta clínica positiva en el 95,7 % de los casos tratados con dos o tres inyecciones de un inmunógeno
complejo; no obstante, entre otros 1.142 pacientes atendidos en su Servicio
Central, en Caracas, tratados con el mismo inmunógeno, se reportaron
17,6 % de fallas.
Estos trabajos revelan, por una parte, que los parásitos (Leishmania spp.) tienen amplia circulación en representantes de Rodentia y Marsupialia autóctonos y por la otra, que las lesiones que inducen sus vectores Phlebotominos en residentes de localidades endémicas de Venezuela, pued en ser clínicamente tratadas, en un alto porcentaje, mediante la estimulación del sistema inmune.
Estos comentarios traen a consideración, que trajinamos sobre un territorio leishmanícola de una diversidad de reservorios silvestres, cuya importancia epidemiológica oscila entre sus ciclos reproductivos y los cambios climáticos de sus hábitats por un lado, y de las complejas interacciones entre variadas poblaciones de Leishmania, con sus vectores y hospedadores naturales de genética diversidad, por el otro, todo lo cual constituye un enorme reto para su control.
Para abordar estas adquisiciones, invocaremos en primer lugar, a un filósofo
natural que residió por casi medio siglo en Venezuela, en la ciudad de
Coro. León Croizat, fallecido en Noviembre de 1982 y nacido en Turín
en 1894 nos dejó 258 publicaciones sobre botánica y biogeografía,
75 de ellas elaboradas en nuestro país. Entre éstas y editada por él
mismo, en “SPACE, TIME AND FORM” (Croizat, 1962) analiza biogeográficamente
el devenir de la evolución biológica y en particular la de nuestro
continente, a partir de treinta millones de años previos, con su enfoque
sobre Ortogenia o dirección del devenir evolutivo biológico, contraponiendo
su concepción a la selección natural de Charles Darwin, provocando
un sismo epistemológico y científico, que en la actualidad se debate
en cenáculos de los Estados Unidos, Australia e Inglaterra. Croizat admite la evolución como un proceso geológico en el espacio y en el tiempo, para dar lugar a la diversidad de las categorías taxonómicas y sistemas ecológicos.
En nuestro caso, entendemos sistemas ecológicos, a las zoonosis leishmánicas, sinesias de Kinestoplastida con animales silvestres infectados, en sus condiciones ambientales, incluidas las vectores o transmisores, que las diseminan.
La Región Neotrópica, más que ninguna otra en el planeta, es rica en especies mastozóicas de Leishmania; algunas de ellas como el subgénero Viannia, exclusivo de nuestro continente, con ocho especies neotropicales, en una variedad de vectores Phlebotominae que sobrepasa 400 especies agrupadas principalmente en el género Lutzomyia (Young & Duncan, 1994). A despecho de tal diversidad, persiste la creencia de asignar su origen a la Región Paleártica (Kerr, 2000). Arranca tal hipótesis de la concepción de Lysenko (1971) quien asume que tales parásitos arribaron a nuestro continente por migraciones de sus hospedadoras a través del puente de Behring durante el Oligoceno, entre veinte y treinta millones de años atrás.
Advertimos que la teoría croizatiana rechaza y refuta esas migraciones
y desplazamientos transcontinentales. Para comprender el remoto pasado de estas
importantes enzootias neotropicales, conviene considerar que el hombre, extraño
por su origen al Continente Americano, habita en nuestra América desde
hace unos treinta mil años. Recordemos que éste, nuestro subcontinente
neotropical, hasta hace poco menos de once millones de años, cuando
se formó el Istmo de Panamá, estuvo aislado de los demás
bloques continentales durante cincuenta millones de años, justamente
durante el Período Terciario, cuando comenzaron a elevarse los Andes
y evolucionaron los mamíferos reservorios de estos agentes etiológicos y sus artrópodos
vectores.
Comienza el desarrollo de este conocimiento, con la formulación de
la muy conocida y divulgada Teoría de la Deriva Continental, propuesta
por Alfred Wegener en 1922. Esta teoría postula la separ ación
de nuestro continente, durante el Cretácico, de África, la India,
Australia y la Antártida, bloques originados a partir de la fragmentación
del núcleo original de Gondwana. Los mamíferos del Neotrópico,
reservorios de esos parásitos, para entonces es tuvieron representados
por marsupiales relacionados con los de Australia, por xenartros o desdentados
como los osos hormigueros, los perezosos y cachicamos, por grandes roedores
del tipo cobayo, chigüire, lapa y puercoespín, además de pequeños
roedores como Proechimys y Orizomys.
Muy recientemente, el paleontólogo Orangel Aguilera (2004), desde la
Universidad Experimental Francisco de Miranda, ha producido “Tesoros
Paleontológicos de Venezuela”, donde describe e ilustra restos
fósiles de estos mamíferos en yacimientos de Urumaco, próximos
a la ciudad de Coro, con treinta millones de años de antigüedad, región que para entonces fue cauce del río Orinoco, antes de su desvío hacia el oriente presionado por la elevación
de la Cordillera de Los Andes.
Y siguiendo con el recuento sobre la antigüedad de los vectores de estas zoonosis, hace cuarenta años, acompañando al extraordinario entomólogo venezolano Ignacio Ortiz, investigamos en esa reliquia natural que es el Parque “Henry Pittier” del estado Aragua y hallamos flebótomos cuyos machos poseen dos grandes y fuertes espinas terminales en su ornatura genital. Propusimos para estos flebótomos un nuevo subgénero de Lutzomyia y los llamamos Pifanomyia ottolinai (Ortiz & Scorza, 1963) para rendir homenajes al Maestro Félix Pifano y al entonces recién desaparecido bilharziólogo, doctor Carlos Ottolina. Esa propuesta taxonómica fue acogida inmediatamente por el Profesor Amilcar Martins et al (1978) en su revisión de los Flebótomos de América.
Tras casi medio siglo transcurrido, nos ha sorprendido gratamente, en el 2002,
la identificación del fósil, Pifanomyia falcaorum, hallado
en ámbar de Santo Domingo, con una edad aproximada de 15 a 20 millones
de años; esto es, del Mioceno Medio. Ha sido un trabajo publicado por
Reginaldo Peçanha y Dilermando Andrade (2002). Con anterioridad, Zeledón et
al (1985) habían adscrito otra especie al subgénero Pifanomyia, L
(P) cristophei hallada también en la Republica Dominicana y más
recientemente, Wolf & Galati (2002) describen otras dos especies de Colombia,
de localidades altas, por encima de dos mil metros. Anotamos, en consecuencia,
que hace veinte millones de años, existían en la cadena de las islas antillanas, tal lo están en el Continente, especies de flebótomos
afines y adscritos al moderno grupo Verrucarum, que incluye especies transmisoras
de Leishmania (Viannia) spp. y de Bartonella bacilliformis.
Y para insistir sobre la remota antigüedad de estas endemias por Kinetoplastida, exclusivamente de nuestro continente neotropical, advertimos que losTriatominae, chinches mastozoófilos en su mayoría, son transmisores de por los menos dos Tripanosoma (T. cruzi y T. rangeli), exclusivos también de América Central y Meridional. Triatominae constituyen una subfamilia monofilética de chipos, con amplísima distribución en el Neotrópico, asociada estrictamente con el parásito productor de la enfermedad de Chagas y con hábitats en diversos ecotopos, que incluyen desde nidos de aves Dendrocolaptidae (Psammolestes spp.) hasta cuevas de murciélagos, donde se ha hallado, por ejemplo Torrealbaia martinezi Carcavallo, Jurberg & Lent 1998, de la tribu Cavernicoli, chipo
con caracteres intermedios entre depredador y hematófago. Este hallazgo
aparece en la Addenda et Corrigenda para el Atlas dos Vectores de Doença de Chagas nas Americas, Vol. III: 1183-1192, por Lent, H., Jurberg, J., Carcavallo, R. & Galvao,
C. (1999).
La especiación de estos Triatominae ha sido reciente; por ejemplo Eratyrus
mucronatus y E. cuspidatus, bien diferenciados y contrastados
morfológicamente, aparecen separados a ambos lados de la Cordillera
de Los Andes de Venezuela, para advertirnos sobre su muy reciente evolución. Este brevísimo recuento nos conduce, con carácter “quasi” determinístico,
a admitir la fatalidad de riesgos que se abaten sobre nuestro devenir social
latinoamericano por causa de estas enfermedades.
Desde los mismos comienzos del siglo XX, destacados investigadores nuestros descubrieron o estudiaron entidades nosológicas hasta entonces desapercibidas. Rafael Rangel, Carlos Chagas, Gaspar
Vianna y otros, realizaron antes de la década del veinte, importantísimos descubrimientos nosográficos y fomentaron el interés
por el estudio de esas endemias.
Podemos decir que medio siglo más tarde y con los aportes derivados
de tecnología de postguerra, ha habido progresos en el control de tales
enfermedades. Tal vez, con mayor impacto, fue el control de las malarias y
las erradicaciones de la peste bubónica y la fiebre amarilla. Este éxito,
explicaría a su vez, que hayamos bajado la guardia y hoy nos hallemos
en un período de “reemergencias”. No solamente se han reducido
los recursos materiales para combatir endemias que hemos creído controladas, sino hemos desmontado establecimientos y academias para la formación
de personal.
Recordamos con alarma, que hace poco más de veinte años, tuvo lugar en Washington una reunión de la OPS, para estudiar el fenómeno de la desaparición de la enseñanza de la Parasitología y de las Enfermedades Tropicales en casi todos los países de América. Tal vez, se pensaba, que mediante la adopción de otros paradigmas de la Biología Moderna, se concluiría el proceso de control de las enfermedades tropicales de mayor prevalencia.
Por ello, conceptos sobre higiene y prevención desaparecieron hasta
de la enseñanza secundaria, en tanto que se mantiene la creencia en
una inmunogénesis inducida que podría sustituir a los fármacos, sosteniéndose además la convicción
que un control de vectores mediante pesticidas de cuarta generación, podría
rematar al dengue, las encefalitis equinas, la malaria, la enfermedad de Chagas,
la oncocercosis o las leishmaniasis.
Mientras eso se digiere, persiste el retroceso en las investigaciones entomológicas
de campo. Los entomólogos del tipo Cova-García, Ortiz o Anduze,
son especies en extinción. Recientemente han fallecido dos de los más
brillantes, el Profesor Herman Lent y Rodolfo Carcavallo. Nuevos desarrollos
y, nos referimos a la Biología Molecular y la Genética, como
herramientas per se, se estima que puedan sustituir al estudio
de los organismos y sus vectores, olvidándonos que somos intrusos en
un cambiante mosaico de sistemas ecológicos muy antiguos. No deseamos
que se piense que abjuramos la modernidad científica; simplemente expresamos
la persistente y creciente necesidad de estudios ecológicos en condiciones
ambientales. Las parasitosis, como sistemas ecológicos, tienen particularidades
locales. La secuencia genómica que construyamos sobre una cepa, por
ejemplo de Trypanosoma, Leishmania o Plasmodium, necesariamente no es ni puede ser la secuencia en las poblaciones de Trypanosoma, Leishmania o de los Plasmodium.
Complica nuestro horizonte de dificultades, el incremento y la movilidad de l a demografía y también el incontenible aumento de contaminación ambiental y su efecto sobre la temperatura de éste, nuestro frágil invernadero planetario.
Una consideración final. Al concluir el siglo XX, se cierra el siglo de la Biología Clásica y se perfilan profundas transformaciones en las ciencias de la vida. Hemos devenido en un desarrollo de extremadas especializaciones, en la praxis de muy variadas disciplinas con no muy bien definidos territorios y metodologías. La especialización nos ha conducido a la construcción de una moderna torre de Babel. Nos aislamos en ultra-especializaciones y persistir en esas especializaciones no importa cuan fructíferas sean, reduce su conocimiento a favor de élites. Nos olvidamos que la hibridación material y social ha producido siempre descendencia vigorosa. Nuestras universidades deberán repensar sus estructuras tradicionales para la proyección de nuevos currícula
y programas.
Es un reto y nuestro país, en estos mismos días, se halla en los albores de un horizonte que debemos y podemos aprovechar.
AGRADECIMIENTO
El autor agradece a los coordinadores del evento: Una red para los estudios
integrales de la Leishmaniasis, Agenda Científica del Milenio y al FONACIT Proyecto Frontera Nº 98000576,
por el cofinanciamiento recibido.
REFERENCIAS